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Cómo se están organizando los comedores comunitarios para seguir asistiendo

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La cuarentena que rige en el país hace que quienes se dedican al voluntariado busquen alternativas para seguir con sus tareas solidarias.

Este es el caso de los comedores comunitarios que buscan la manera de seguir alimentando a los más pequeños de sus barrios cumpliendo las medidas decretadas por el presidente Alberto Fernández.

“Hacemos viandas con el nombre de cada persona para que pase a retirar su bolsa con comida y también recibimos los envases plásticos que algunas mamás traen para llevarse su porción diaria”, cuenta Stella Maris Barbatto, fundadora de La fuerza del corazón, uno de los comedores comunitarios de San Francisco Solano.

El mismo sistema fue adoptado por Claudia Romero, la mujer que está al frente de Rayito de luz, en la localidad matancera de Ciudad Evita. “Nos manejamos por un grupo de WhatsApp. Ahí avisamos cuándo está la comida lista así la viene a retirar”, asegura a este medio.

Distinto es el caso del comedor “Los niños de Esperanza” que fundó Teresa Pinto en 2001. La falta de gas hizo que no pudieran prepara comida esta semana, pero decidieron repartir en el barrio Esperanza de Lomas de Zamora la mercadería que tenían. “Mi mamá está en edad de riesgo y tiene que cuidarse, por eso donamos toda la mercadería que teníamos a los vecinos para que ellos se cocinen porque ella no puede. Está muy preocupada por esta situación, pero es una mujer grande y tiene que cuidarse”, confía su hija Mayra Guevara, quien también es voluntaria.

Stella Maris Barbatto usa el sistema de viandas desde hace bastante tiempo, por eso no es nuevo para ella porque solía prepararlas para que las niñas y niños que comían en el comedor La fuerza del corazón llevaran algo más a sus casas. Sí lo es el silencio del patio que desde 1994 recibe risas, juegos y fiestas de cumpleaños. La situación mundial la entristece aunque entiende que “esto es por el bien de todos”.

Y asume que “estoy en edad de riesgo porque soy una mujer mayor, todas las voluntarias que vienen a cocinar lo son. Nos tenemos que cuidar para cuando esto pase”, admite y cuenta que en el comedor idearon un sistema para recibir personas en distintos horarios que solo pasan a retirar sus alimentos.

“El comedor está funcionando solamente con el sistema de viandas que salen en bolsa con el nombre de cada persona”, asegura Stella Maris y cuenta que cada mañana comienza la preparación de las grandes ollas de comida para alimentar a las 300 personas que de lunes a jueves buscarán en el horario que les corresponde su bolsa con el almuerzo, pan y un postre.

Esos paquetes quedan distribuidos sobre la mesa en la que solían almorzar los nenes, pero ahora van sus madres. “Cuando las vemos entrar, para evitar el contacto, sacamos el paquete que les corresponde”, cuenta. Ahora son las madres, generalmente, las que llegan a buscar la vianda que tendrá una etiqueta con su nombre y la cantidad suficiente para ellas y sus hijos.

“Lo hacemos de esa manera porque estamos extremando todos los cuidados, entre nosotras y con las cosas que se tocan todo el tiempo. Algunas mamás traen sus propios recipientes para llevarse la comida. Los lavamos bien, lo desinfectamos de la manera que nos enseñó gente del Ministerio de Desarrollo Social y se van con sus alimentos. Lo haremos así hasta que esta situación pase”, dice.

Stella Maris tiene 67 años, es jubilada y en 1994 hizo del patio de su casa un espacio comunitario en el que recibe a niñas y niños de San Francisco Solano. Además brinda apoyo escolar —ahora suspendido— y sueña con terminar una cancha de fútbol en un terreno vecino al comedor solidario.

El comedor no recibe ayuda más que la solidaridad de quienes saben de su trabajo y colaboran con donaciones y la compra de los alimentos sale de su jubilación. Por estos días, esas compras las hizo de manera virtual. “Nos traen las mercaderías, las dejan del lado interno del portón y las entramos”, señala sobre los resguardos.

Respecto a la cuarentena total, Stella revela que “en el barrio se está cumpliendo muy bien. Ya desde hace unos días que la gente está en su casa. Algunos vienen a buscar la vianda, pero nadie anda en la calle. Esas cosas acá no pasan, la gente lo tomó con mucha calma”.

“Creo que si todos seguimos con este nivel de concientización vamos a salir adelante”, se esperanzó, a la vez que lamentó no haber podido darse la vacuna para prevenir la gripe. “Fui a vacunarme al dispensario, pero no había más vacunas. Todas las chicas que vienen acá también se la aplican todos los años y ninguna la consiguió esta vez, a principios de marco cuando nos dijeron que habría en abril, pero todas las que cocinamos somos mayores de 60 años”.

Algo similar pasa en el corazón de Ciudad Evita, en el populoso partido de La Matanza. Allí Claudia Romero (47) encabeza el comedor comunitario Rayito de Sol al que cada día llegan 120 personas entre niños y madres.

“Estamos cocinando para las familias que llegan. Las madres traen los recipientes plásticos para llevar la comida en una bolsa con sus nombres, los higienizamos y pasan a buscarlos solo después de recibir el mensaje de WhatsApp para que vengan a buscarlo”, explica.

Claudia se trabaja para una fábrica que hace cartucheras y mochila. Ahora lo hace desde su casa y se reparte el día para no dejar de lado su tarea solidaria. “Yo tomé la decisión de seguir cocinando y seguir ayudándolos. Hasta que esto pase nos manejaremos de esta manera”, cuenta, hace una pausa para tomar aire y dice: “Este comedor era para los chicos, pero vienen las madres que no tienen para comer, vienen personas grandes, abuelitos, que viven solos y tampoco tienen… No les niego la comida, por eso siempre trato de hacer un poco más, pensando en ellos”.

El comedor Rayito de sol es nuevo, funciona desde hace un año y medio, y recibe donaciones. “Durante mucho tiempo todo salió de mi bolsillo, pero después se sumó una organización barrial, un vecinos, unas chicas del barrio y dos señoras de una ONG que ayudan con calzados y ropa”, resume.

Mayra Guevara es voluntaria del comedor Los niños de Esperanza, de Lomas de Zamora, e hija de Teresa Pinto, una mujer que pasó hambre en su infancia y fundó ese comedor para que otros niños no sufran “el dolor de la panza vacía”.

Teresa dejó su Cochabamba natal hace 38 años porque allí la vida era muy difícil. Había crecido en el campo y con apenas 9 años había empezado a trabajar la tierra. Lo que cosechaban apenas alcanzaba para comer. Había noches en que el hambre la mantenía despierta y la hizo soñar en sus años de infancia que cuando sea grande haría lo que pudiera, y más, para que otros niños no sientan el dolor del hambre como ella lo sentía. En enero de este año confesó que le habría gustado estudiar, pero nunca pudo ir a la escuela. Su vida siempre fue trabajo duro, manos llagadas y piel curtida.

“Sé lo que es pasar hambre, no tener qué comer… No quiero que haya chicos que sientan lo que padecí, por eso fundé este comedor”, había contado a este medio.

Hoy, Teresa está resguardada y respetando la cuarentena total que vive Argentina y es su hija la que está tomando las riendas del comedor fundado en 2001 en el barrio Esperanza, en el sur del Conurbano.

“Estuvimos varios días sin gas, sin poder cocinar y para que no se echara a perder la mercadería que teníamos la repartimos a los del barrio que vienen al comedor. Se la llevamos para que se movieran de sus casas”, cuenta Mayra y avisa que la semana próxima recibirán más mercadería que “cocinaremos o repartiremos porque mi mamá, que es la que está al frente de esto, pueda resguardarse porque es una persona grande”.

Mayra revela que hasta la semana pasada “los chicos no habían tomado conciencia de lo que está pasando con el coronavirus, pero ahora sí y están respetando la cuarentena en sus casas. Como podamos los vamos a seguir ayudando porque, por ejemplo, conseguimos una cantidad de repelente para darles y nos organizamos en horarios para repartirlos. Será cuestión de acomodarse de esa manera: no dejar de ayudarlos, pero resguardando a mi mamá porque está muy preocupada por ellos”.

La preocupación que Mayra y Teresa comparten es porque no todos los chicos del barrio están documentados, entonces no les llega la asignación por hijo. “Al no ser parte de ese plan, los chicos son contenidos en el comedor”.

Una vez al mes, el comedor recibe mercadería por parte del municipio. Esto las ayuda ya que lo complementan con los alimentos de la huerta que la propia Teresa cuida. “Son alimentos secos como arroz y fideos. Cada vez que podemos juntamos plata y compramos más variedad de alimentos para sus platos”, admite y contó que desde el ente les prometieron que la próxima semana recibirán otra donación.

“Sabemos que estamos pasando un momento especial en todo el mundo. Como personas que desde hace años ayudamos a los demás estamos tristes porque no podemos hacer más, pero vamos a seguir alimentando a nuestras niñas y niños, y a quienes nos pidan comida. Si no lo podemos cocinar, donaremos la mercadería”, terminó.

Fuente: Infobae

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